domingo, enero 28, 2007

Las siete noches



Amelia acababa de expulsar su bola de pelos… “Y pensar que hace un par de años yo era del tamaño de esa bola…” En un principio le asustaba el momento previo a la expulsión. Sentía que no podía respirar y cada oportunidad era la posibilidad de morir atragantada. Pero con los meses esa experiencia se tornó algo cotidiano, como caminar por los tejados más verticales del mundo, ayudada por las garras afiladas por una manicurista humana que piensa que los gatos no reflexionan en lo absoluto… Tan cotidiano como salir por los patios traseros con quinchos y sus restos de asado en los panchos… Tan cotidiano como juntarse con los vecinos en las angostas panderetas y jugar a ser trapecistas de un famoso circo gatuno.

Amelia ya perdía masa muscular y no hacía más que echarse en el sofá a ver tele, esas películas antiguas en TCM que tanto gustaban a su ama, a pesar de dormirse siempre en la mitad. Amelia no hacía más que imitarla y así nunca acabó de ver “Los tres mosqueteros” o “Lo que el viento se llevó”. Se despertaba con el movimiento de su ama al levantarse del sofá. Ella solía visitar el refrigerador más que de costumbre y su barriga se inflamaba día a día. La gata no comprendía por qué ya no estaban sus galletas favoritas en el pedido del mes y sin embargo había sobrepoblación de yogures con fruta y cereales, néctar y chocolates con nutra sweet.

Amelia optó finalmente por salir en las noches a acechar pajarillos con una doble función: llevarlo como ofrenda a su ama, y si ella ignoraba su proeza, comérselo en reemplazo de sus galletas. Pero era bastante incómodo luego de comer limpio toda su vida, tener que soportar tantas plumas desagradables. Ni hablar del pico y las patas.

“Incomodidades provisionales” pensaba la gata, con la esperanza de captar la atención de su dueña.

Llevaba seis días cazando pajarillos. “Ya domino la técnica: agazaparse entre los rosales con los cojines relajados, sin pisar las hojas crujientes, esperando que el desafortunado ejemplar mire atento a otro lado... Entonces… ¡Al ataque!

Pero ninguno fue bienvenido. Tampoco había galleta de premio. La séptima noche comenzó a maullar lastimeramente: “¿Cómo es posible, mi ama, que después de tantos juegos con mi garra abierta, después de tantos pompones que perseguí para ti en mi infancia, luego de tantos ronroneos en tu regazo, te olvides de mis galletas? ¿Cómo es que durante estas siete noches no te preocupaste por mis ausencias en la oscuridad? ¿Cómo es que los humanos no son capaces de reflexionar? ¿No comprenden lo que es el olvido? ¿O se han olvidado hasta del propio olvido?”

Y luego de maullar y lloriquear un par de horas sus reflexiones sobre la insensible humanidad, se durmió hecha un ovillo sobre su trofeo.



(Ana Karina)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Este cuento está dedicado a mi gatita amelita.

10:27 p. m.  

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